Konstantín Bogdánov (RIA NOVOSTI, especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Hace 185 años, el 8 de febrero de 1828, nació en la ciudad francesa de
Nantes Jules Gabriel Verne, conocido en los países hispanohablantes como
Julio Verne, el hombre quien quedó en la historia como el padre del
género literario de la ciencia ficción. En casi ochenta años de su vida,
Julio Verne logró crear el mundo del romanticismo técnico, agotarlo por
completo y mostrar sus lados más oscuros.
Asombroso mundo nuevo
Mucho de lo que inventó en sus novelas resultó una predicción precisa
del tecnoromántico quien creía en el progreso, en la inexorable lógica
del investigador y en la férrea voluntad del descubridor. La lista de lo
que previó el genio es bastante larga.
Pondremos sólo un ejemplo, como uno de los más curiosos: se trata del
lugar de donde los personajes de la novela De la Tierra a la Luna
salieron, auxiliados por el cañón, a la Luna. En el libro, la nave
espacial es lanzada desde “Tampa Town”; Tampa, Florida se encuentra
aproximadamente a 265 kilómetros del actual punto de lanzamiento de la
NASA, Cabo Cañaveral. Las numerosas predicciones de carácter puramente
técnico son frecuentemente citadas en los anexos a sus obras.
La mayor importancia la tuvieron no tanto las propias predicciones, como
la tonalidad, la filosofía de los mundos que veía y ponía al papel el
autor. Fue un retrato del positivismo europeo: a mediados del siglo XIX
Europa se sintió omnipotente y no reparaba en buscarse desafíos y
superarlos.
Los superaban aplicando el máximo esfuerzo, fue el siglo de grandes
descubridores que penetraron en los rincones más encubiertos de la
Tierra, en el corazón del África tropical, se adentraron en la selva, en
las nieves del Ártico y la Antártida. Fue el triunfo de la voluntad, el
símbolo del predominio del ser humano sobre la naturaleza.
Este esfuerzo del intelecto de investigadores generó cada vez más
novedades técnicas que hicieron posible lo que a nadie se le habría
ocurrido un decenio antes. Fue el triunfo de la razón que creaba la
segunda naturaleza, la tecnosfera, totalmente súbdita al hombre.
Pero fue moneda de dos caras. Y los románticos de la segunda mitad del
siglo XIX, que cosechaba un éxito tras otro, de repente sintieron el
aire sofocado, como ante una tormenta. Fue presentimiento de la oscura
página de la Primera guerra mundial. Entonces, como fruto de estas
previsiones oscuras, aparece El talón de hierro de Jack London, otro
gran escritor de aquella época.
Pero el primero en anticipar la catástrofe fue precisamente Julio Verne.
Ver la sombra a la vuelta de la esquina
El genio de Verne se manifestó, además, en como en el llamado periodo de
Desencanto destruyó el panorama que había creado él mismo. Empezó por
experimentar con sus personajes.
El idealista capitán Nemo (Veinte mil leguas de viaje submarino, 1869)
se transforma en ingeniero altanero (Robur el conquistador, 1886) quien
se puso por encima de la gente con ayuda de la nave aérea. Luego Robur
se convierte en tirano quien utiliza su invención con fines terroristas
(El dueño de mundo, 1904). Los grotescos inventores malvados del cine y
tebeos del periodo entre las guerras y de post guerra no son nada más
que hijos de los gigantes de Verne, que vencieron la naturaleza pero no
lograron suprimir sus propias ambiciones y soberbia.
Pero hay que decir que las imágenes de los desastres del siglo XX
aparecieron en las obras de Verne ya en 1879, en la novela Los
quinientos millones de la Begún donde se describe la ciudad antiutópica
de Stahlstadt, ciudad-fortaleza repleta de secretos en la que se produce
todo tipo de armas para cualquier país o potencia que pueda pagarlas y
que deja de funcionar a raíz de la muerte de su fundador y dueño. Ya en
nuestra época, en 2004, esta imagen fue aprovechada por el Hollywood en
la película Sky Captain y el mundo del mañana.
La anticipación de Blackland
Uno de los libros más lúgubres y desagradables de Julio Verne es su
última y póstuma novela La impresionante aventura de la misión Barsac.
Este extraño semiapócrifo no parece nada al resto de la obra de Verne.
Fue empezado en 1905, pero Julio Verne no tuvo tiempo para acabarlo, lo
hizo su hijo Michel en 1919. Y sin embargo el argumento de dicha novela
deja estupefacto, hasta tomando en consideración los desastres de la
Primera guerra mundial, la llamada guerra de trincheras.
Representa una antiutopía perfecta en la que se trata de un Estado
esclavista llamado Blackland situado en el corazón de África (muy cerca
de la zona donde la tropa francesa acaba de llevar una guerra victoriosa
contra los islamistas de Mali).
Blackland está gobernado por su aristocracia formada por bandidos,
asesinos y sadistas que forman el círculo superior (de paraíso). En el
segundo círculo vemos a los que aspiran a entrar en el primer círculo.
El tercer círculo son los esclavos negros. Al entrar en Blackland hasta
la gente libre pierde sus nombres y empieza su vida desde cero. Al
lector ruso esto debe recordar los experimentos del escritor ruso del
siglo XX Zamiatin.
Son las imágenes que están presentes en la vida de la humanidad desde
hace mucho. Lo vemos también en la ciencia ficción del siglo XX. La idea
de cruzar el europeo el umbral de lo admisible también la vemos en el
Corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, publicado en el mismo período
en 1902. La misma idea está reflejada en la obra maestra de Francis
Coppola Apocalipsis Ahora con Coronel Kurtz interpretado por Marlón
Brando.
Lo mismo se refiere a la imagen de una ciudad-paraíso resplandeciente en una colina rodeada por el verdadero infierno.
Estas imágenes las hubo muchas en la literatura. Y a veces basta con mirar a la ventana, para verlas.
La gente va formando castas y cerrándolas bajo pretexto de protección.
Lo mismo pasa con los Estados. El mil millón de oro se aisló de los
basureros del tercer mundo, filtrando los flujos humanos con sus filtros
sensibles.
En la época de ilustración y positivismo la humanidad creyó que era
posible corregir a un ser humano, creando una sociedad unida, sensata y
correcta. Ello desembocó en las grandes guerras de 1914 a 1945 que
significaron la autodestrucción de Europa en todas sus manifestaciones,
con aplicación de los masacres con metralletas y gas, campos de
concentración y bombas nucleares.
Y la salida consistió en apartar a los corderos de los machos cabríos,
creando los territorios de bienestar y de desorden, guiándose por el
lema de Buchenwald Suum Cuique.
Julio Verne logró describirlo, vagamente, como lo sentía en la
naturaleza humana, pero ya no pudo ver la mayor parte de lo que
anticipó. A diferencia de todos nosotros.