MACKALEXDIGITAL: ¡LA MEJOR MANERA DE CRECER!
Asunto de
Ubicación

La muerte no me asusta; me asusta la vejez, la antigüedad
mental (…) En una tumba chiquita, debajo de la cruz, me gustaría que alguien
pusiera: ʹAyudó a pensar
(Bernardo Neustadt)
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La juventud, es un estado del espíritu; sentirse
joven, aunque se esté viejo... podría ser... pero al final, son los recuerdos
los que permanecen viejos; incólumes; recordándonos donde estuvimos la última
vez... mackalex
El Contraste del Tiempo: Mi Madre: 86 años
Mi Madre 66 años atrás
Fragmento del libro La Occisa Súbita
Por MACKALEX para mackalexdigital.blogspot.com/
Luego de finalizada la
cena de Navidad, y de haberse planificado la despedida del dos mil dos para un
próximo encuentro, mi amigo y su familia decidieron que el día festivo
siguiente, complacerían la suegra de éste para visitar un tío de ella, a quien
no había visto por casi dos décadas y temía, por razón de calendario, no volver
a verle.
Por el acoplamiento con la pareja, sus hijos
y, naturalmente, la suegra, fui invitado a realizar el viaje; invitación que
acepté de inmediato; aunque mis motivos eran totalmente diferentes ya que lo
que me atraía, era ver como había evolucionado Salcedo —cuna de nuestro
anfitrión— a través del tiempo, pues hacía algo más de dos décadas que no la
visitaba.
Mientras nos desplazábamos hacia la
provincia, la suegra de mi amigo, a un tiempo que participaba animadamente de
la conversación y los chistes que suelen ocurrir en estos viajes de ocio,
trataba de recordar la bebida preferida de su pariente.
« ¿Cuál era?, eraaa: ¡no!, no era esa;
era... deja ver: era, ¡cónchole, no puedo recordar!»
Citamos algunas de las bebidas más populares
y tradicionales para esta fecha —y que a un tiempo mantuvieran cierta
vigencia—; pero ninguna de las mencionadas parecía satisfacer su memoria.
«Porque yo estoy segura que todavía se
consume mucho hoy en día y...».
« ¡Ponche Crema de Oro!», le interrumpí.
« ¡Esa es!; parémonos a comprar una»,
reaccionó con entusiasmo la suegra de mi amigo.
Después de la parada forzosa, arribamos a
Salcedo y nos dirigimos hacia la casa de don Efraín, así se llama el pariente
de la suegra de mi amigo, cuya ubicación está aproximadamente dos metros
después de una cuestecita con recodo la cual distingue la Ave. Hermanas Mirabal;
además de una frondosidad donde árboles y plantas conservaban su verdor pese a
la prolongada sequía de casi ocho meses, según nos dijo más tarde nuestro
personaje.
No puedo negar el impacto que produjo en mí
don Efraín, pues se había dicho que era un anciano rondando los ochenta y ocho
años; y esperaba, como es lógico suponer, encontrar un señor lleno de arrugas y
con abundancia de canas, cuyo cuerpo casi le dispensaba un beso al suelo;
y con algunas que otras parafasias.
Nos sorprendió a todos, sin embargo, con la
representación de una complexión fuera de lo común.
Ni que decir, que no era para menos nuestra
sorpresa, cuando bajo la envoltura de una piel negra con una tersura todavía en
incolumidad, y con la protección de la cabeza por un pelo casi original para sus años; con la formación de
dos estradas, una sobre cada lado del aguzamiento que sobresalía desde su
frente, además de una esbeltez singular y casi sin ninguna arruga en la cara;
sin asomo de dislalia; pronunciando clara
y correctamente cada una de las palabras, se nos apareció de frente don
Efraín.
Reaccionamos, como era de
esperarse, como si se nos hubiera tomado el pelo, al opinar unívocamente que
don Efraín andaba cerca de setenta años a lo más.
La prolongación de los abrazos entre tío y
sobrina no se hizo esperar, producto del largo tiempo sin acalorarse los lazos
sanguíneos.
Fue hecha la presentación de lugar a don
Efraín y, cuando nos estrechamos las manos, aumentó aún más nuestra
incredulidad por la fortaleza del apretón que nos daba, y la emanación de
energía que dispensaba.
Comenzaron las anécdotas de las travesuras
infantiles de la sobrina; del cariño que siempre le había tenido, y de cómo
cambian los tiempos.
« ¡Qué mira lo grande que estás!; hacía mucho
tiempo, no se producía una sequía tan prolongada. Parece que tu visita nos ha
traído suerte, que...».
Se ocultaba el sol, y una lluvia tenue
comenzaba a dispersar vapores desde el sobrecalentamiento que cubría el suelo;
mientras seguía girando la conversación sobre esto o aquello.
En la medida que se ennegrecía afuera, se
intensificaba el oscurecimiento en el interior de la vivienda, lo cual
observábamos con curiosidad desde el pórtico, donde nos encontrábamos.
«Tío Efraín», le dice la sobrina cuando se
dirigía a guardar el ponche, «prenda una bombilla: ¡no se vaya a caer!»
« ¡Qué carajo! Aquí no hay luz de la
corporación desde hace mucho tiempo, de todos modos».
«Y, ¿cómo usted se hace tío?», preguntó la
sobrina
«Bueno, yo tengo dos plantas: una pequeña y
otra grande y...».
« ¡Ah bueeeno!», dijimos todos a coro, y un
poco aliviados; pues aun con el poco tiempo que le conocíamos, nos habíamos
encariñado con él, y no sólo cariño, sino también, respeto y admiración.
No obstante, don Efraín
continuó justo donde le habíamos
interrumpido:
«Una lamparita para cuando estoy solo... y
una “jumeadora” grande para cuando tengo visita».
La risa, no se hizo esperar, explosionando
todos por la ocurrencia.
Listos para despedirnos, después de una velada
tan agradable, todavía me atreví a preguntarle:
«Don Efraín, pero, ¿no hay energía eléctrica
en la zona?»
« ¡Claro que la hay! »
« ¿Y?»
«Bueno, yo le dije a esa partía e ladrones
que se llevaran el contador; y un día lo arranqué y se lo llevé con to y
alambre al ver que no venían, ante mi denuncia de que, o ellos me estaban
robando o estaba todo el mundo en el área conectado a mi contador».
« ¡Ah, así es la cosa!», dije.
Todos los presentes
nos miramos, a un tiempo que sentíamos aflicción por el abuso que se estaba
cometiendo con don Efraín, y una gran angustia se apoderó también de nosotros
por nuestros propios problemas de energía.
Pero todo ello se tornó luego en una carcajada colectiva, la cual,
naturalmente, se mantuvo bajo control hasta estar seguros que nos desplazábamos
unos metros después de despedirnos. «Partía e ladrones», continuó don Efraín indiscutiblemente molesto, «eso
es lo que son: ¡una partía e ladrones!; de cuándo a dónde voy yo dizque a consumir
48.50 pesos de luz; que me digan: ¿de cuándo a dónde: eh? ¿De...? »