lunes, 6 de enero de 2014

EL CONTRASTE DEL TIEMPO

                                                    Asunto de Ubicación
                   MACKALEXDIGITAL: ¡LA MEJOR MANERA DE CRECER! 
                                   Asunto de Ubicación

                                                                    
La muerte no me asusta; me asusta la vejez, la antigüedad mental (…) En una tumba chiquita, debajo de la cruz, me gustaría que alguien pusiera: ʹAyudó a pensar
                                            (Bernardo Neustadt)
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 La juventud, es un estado del espíritu; sentirse joven, aunque se esté viejo... podría ser... pero al final, son los recuerdos los que permanecen viejos; incólumes; recordándonos donde estuvimos la última vez... mackalex

                             
El Contraste del Tiempo: Mi Madre: 86 años
            Mi Madre 66 años atrás        

 Fragmento del libro La Occisa Súbita
                        Por MACKALEX para mackalexdigital.blogspot.com/


Luego de finalizada la cena de Navidad, y de haberse planificado la despedida del dos mil dos para un próximo encuentro, mi amigo y su familia decidieron que el día festivo siguiente, complacerían la suegra de éste para visitar un tío de ella, a quien no había visto por casi dos décadas y temía, por razón de calendario, no volver a verle.

   Por el acoplamiento con la pareja, sus hijos y, naturalmente, la suegra, fui invitado a realizar el viaje; invitación que acepté de inmediato; aunque mis motivos eran totalmente diferentes ya que lo que me atraía, era ver como había evolucionado Salcedo —cuna de nuestro anfitrión— a través del tiempo, pues hacía algo más de dos décadas que no la visitaba.

    Mientras nos desplazábamos hacia la provincia, la suegra de mi amigo, a un tiempo que participaba animadamente de la conversación y los chistes que suelen ocurrir en estos viajes de ocio, trataba de recordar la bebida preferida de su pariente.

   « ¿Cuál era?, eraaa: ¡no!, no era esa; era... deja ver: era, ¡cónchole, no puedo recordar!»

   Citamos algunas de las bebidas más populares y tradicionales para esta fecha —y que a un tiempo mantuvieran cierta vigencia—; pero ninguna de las mencionadas parecía satisfacer su memoria.

   «Porque yo estoy segura que todavía se consume mucho hoy en día y...».

   « ¡Ponche Crema de Oro!», le interrumpí.
                                                                                                                                                                                      
   « ¡Esa es!; parémonos a comprar una», reaccionó con entusiasmo la suegra de mi amigo.
                                                                                          
   Después de la parada forzosa, arribamos a Salcedo y nos dirigimos hacia la casa de don Efraín, así se llama el pariente de la suegra de mi amigo, cuya ubicación está aproximadamente dos metros después de una cuestecita con recodo la cual distingue la Ave. Hermanas Mirabal; además de una frondosidad donde árboles y plantas conservaban su verdor pese a la prolongada sequía de casi ocho meses, según nos dijo más tarde nuestro personaje.

   No puedo negar el impacto que produjo en mí don Efraín, pues se había dicho que era un anciano rondando los ochenta y ocho años; y esperaba, como es lógico suponer, encontrar un señor lleno de arrugas y con abundancia de canas, cuyo cuerpo casi le dispensaba un beso al suelo; y  con algunas que otras parafasias.

   Nos sorprendió a todos, sin embargo, con la representación de una complexión fuera de lo común.

   Ni que decir, que no era para menos nuestra sorpresa, cuando bajo la envoltura de una piel negra con una tersura todavía en incolumidad, y con la protección de la cabeza por un pelo casi  original para sus años; con la formación de dos estradas, una sobre cada lado del aguzamiento que sobresalía desde su frente, además de una esbeltez singular y casi sin ninguna arruga en la cara; sin asomo de dislalia; pronunciando clara  y correctamente cada una de las palabras, se nos apareció de frente don Efraín.    

  Reaccionamos, como era de esperarse, como si se nos hubiera tomado el pelo, al opinar unívocamente que don Efraín andaba cerca de setenta años a lo más.

  La prolongación de los abrazos entre tío y sobrina no se hizo esperar, producto del largo tiempo sin acalorarse los lazos sanguíneos.
                                                                                                            
  Fue hecha la presentación de lugar a don Efraín y, cuando nos estrechamos las manos, aumentó aún más nuestra incredulidad por la fortaleza del apretón que nos daba, y la emanación de energía que dispensaba.

  Comenzaron las anécdotas de las travesuras infantiles de la sobrina; del cariño que siempre le había tenido, y de cómo cambian los tiempos.

  « ¡Qué mira lo grande que estás!; hacía mucho tiempo, no se producía una sequía tan prolongada. Parece que tu visita nos ha traído suerte, que...».

   Se ocultaba el sol, y una lluvia tenue comenzaba a dispersar vapores desde el sobrecalentamiento que cubría el suelo; mientras seguía girando la conversación sobre esto o aquello.

   En la medida que se ennegrecía afuera, se intensificaba el oscurecimiento en el interior de la vivienda, lo cual observábamos con curiosidad desde el pórtico, donde nos encontrábamos.

   «Tío Efraín», le dice la sobrina cuando se dirigía a guardar el ponche, «prenda una bombilla: ¡no se vaya a caer!»

   « ¡Qué carajo! Aquí no hay luz de la corporación desde hace mucho tiempo, de todos modos».
                                                          
   «Y, ¿cómo usted se hace tío?», preguntó la sobrina

   «Bueno, yo tengo dos plantas: una pequeña y otra grande y...».

   « ¡Ah bueeeno!», dijimos todos a coro, y un poco aliviados; pues aun con el poco tiempo que le conocíamos, nos habíamos encariñado con él, y no sólo cariño, sino también, respeto y admiración.

                                 No obstante, don Efraín continuó justo donde le  habíamos interrumpido:

   «Una lamparita para cuando estoy solo... y una “jumeadora” grande para cuando tengo visita».

   La risa, no se hizo esperar, explosionando todos por la ocurrencia.

   Listos para despedirnos, después de una velada tan agradable, todavía me atreví a preguntarle:

   «Don Efraín, pero, ¿no hay energía eléctrica en la zona?»

   « ¡Claro que la hay! »

     « ¿Y?»

     «Bueno, yo le dije a esa partía e ladrones que se llevaran el contador; y un día lo arranqué y se lo llevé con to y alambre al ver que no venían, ante mi denuncia de que, o ellos me estaban robando o estaba todo el mundo en el área conectado a mi contador».

     « ¡Ah, así es la cosa!», dije.

      Todos los presentes nos miramos, a un tiempo que sentíamos aflicción por el abuso que se estaba cometiendo con don Efraín, y una gran angustia se apoderó también de nosotros por nuestros propios problemas de energía.   
                  
     Pero todo ello se tornó luego en una carcajada colectiva, la cual, naturalmente, se mantuvo bajo control hasta estar seguros que nos desplazábamos unos metros después de despedirnos.   «Partía e ladrones», continuó don Efraín indiscutiblemente molesto, «eso es lo que son: ¡una partía e ladrones!; de cuándo a dónde voy yo dizque a consumir 48.50 pesos de luz; que me digan: ¿de cuándo a dónde: eh? ¿De...? »