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En la primera parte de este opúsculo (vid publicación del 23 de junio 2 011 en esta misma página correspondiente a la primera parte del tema), definimos la mediocridad como algo o alguien que tiene o lleva implícito (a) la cualidad de "mediocre", lo que a fin de cuentas significa que ese algo o alguien representa una "calidad media" y se desprende de ello, que se considere una opinión o escrito de poco mérito o tirando a malo.
También vimos que la mediocridad tiene matices, pues en algún momento de nuestras vidas, todos, sin excepción, estamos por "encima", "igual" o por "debajo" del promedio, sobre todo cuando de "materia social" se trata.y por ello que sea tan difícil saber o determinar cuando se está por encima, igual o por debajo de la media y se es mediocre, en la medida que su inclinación tiende más a la forma que al fondo de las cosas.
Escribimos también que la interpretación de mediocridad es muy delicada, pues hay muchas cosas que pasan por mediocres por la mediocridad de los críticos y otras que pasan por excelentes aun con la mediocridad del expositor y la sobrevaluación del crítico.
También vimos que la mediocracia en que vivimos, se ha convertido en el arma de los "genios" y los "sabios" del mundo que provocan las crisis y rebajan los valores hacia los que debe dirigirse la humanidad dizque apoyados en los "principios estandarizados", los cuales no son más que una rémora en el desarrollo de la voluntad.
Escribimos también que los falsos moralistas son los grandes arquitectos de nuestra "mediocracia" y por antonomasia, los grandes mediocres de nuestros tiempos.
También vimos que la moral comenzó a ser enseñada en forma de preceptos prácticos a través de las Máximas de los sietes sabios de Grecia con el supuesto carácter científico en las escuelas de Grecia y Roma, y que hoy en día no es más que una vía obstaculizadora de la voluntad del ser humano para los grandes acontecimientos a los que debe estar abocado, para evitar de esta manera caer en la mediocridad, a través del acatamiento que los individu@s dispensan a las normas imperantes y que hacen equivalentes los términos de ética y moral.
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Muchas veces la mediocridad se manifiesta en convertirse en mitómano (a) o en advenedizo (a) [normalmente ésta o éste es además cobero (a)] e intentan engañar a las personas con posturas temerosas (aunque aparenten ser los boludos (as) más grande del planeta), normalmente conservadoras y moralistas que evitan la aventura de alcanzar lo imposible (donde se muestra realmente la verdadera libertad al estilo nietzscheano) y limitan su capacidad emprendedora al viejo clisé del cobismo perverso y asqueante: que le impide descubrir sus propias potencialidades, y se refugian en una conformidad convencional que se mantiene repitiendo las mismas normas y métodos queriendo parecerse a otros u otras, y callan sus propias interioridades para evitar el riesgo de la autenticidad, aun sabiendo que no se puede callar cuando puede acontecer una mirada distinta, a través del descontento y la insatisfacción, y pretende hacer un rasgo de distinción y se cree superior sin serlo y además adopta la apariencia del bueno con un maniqueismo perverso, y al final rechaza la maduración como la herramienta más perfecta del desarrollo intelectivo, y la considera como algo que se vuelve muy formal y serio, y no como un arma eficaz para volverse más poderoso (a) y feliz.
El (la) mediocre normalmente critica y censura al osado, al que se atreve a realizar cosas, a emprender, a salirse de los sitios comunes, a salirse de la perspectiva popular, y que evita el resentimiento del que no puede y por lo tanto concluye que es bueno poder y se lanza y por lo tanto puede, quiere, inventa y no sataniza al que se atreve, prueba y maneja su vida como una experiencia particular y desconocida sin importarle lo que se esconde detrás del tiempo.
De manera que no creer en la autenticidad y el valor, ver el mundo chato y vacío al estilo de Hamlet, negándose la existencia de una verdadera felicidad al alcance de todo ser humano que al final se cobra con los logros, negar la alegría de vivir a través de la importancia de la aventura y el desembarazo de los desfasados escudos de la moral condicionada y evitar fórmulas que cuestionen las generalidades sociales que toman como marco de referencia y que no son más que ficciones impersonales, son los que conforman todo el andamiaje del mediocre y por tanto, el universo de la mediocridad.
Y es que tal como aseguraba Einsten el hombre o la mujer sólo puede desarrollar su actividad creadora en completa libertad, pero yo le agrego, no lo es sólo en la libertad política y social, sino además en lo que anotábamos arriba, no evitando la aventura de alcanzar lo imposible, que es donde se muestra realmente la verdadera libertad al estilo nietzscheano.
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Según Nietzsche, de manera magistralmente expuesta, "lo "consciente" no se opone nunca de forma decisiva a lo instintivo", (p. 9) pues dentro de la verdadera libertad de los movimientos hay juicios de valores o lo que es lo mismo, las necesidades y exigencias fisiológicas que imponen la necesidad de un género de vida, y es precisamente de allí, donde en nuestra mediocracia moderna tiene más valor lo determinado que lo indeterminado y a la apariencia se le da menos valor que a la verdad, y tales juicios son de hecho superficiales, y reconfortan la mediocridad, y refuerzan la conservación de seres mediocres, siempre que se acepte, tal como asegura Nietzsche que "el hombre no sea, precisamente, la "medida de las cosas"...
Y es que la falsedad de un juicio, en el decir de Nietzsche, no constituye una objeción contra ese juicio... "La cuestión es saber en qué medida este juicio nos sirve para conservar la especie, para acelerar, enriquecer y mantener la vida... Esto llega a un punto, en que renunciar a los juicios falsos sería renunciar a la vida, negarla. Admitir que lo no verdadero es la condición de la vida, es oponerse audazmente al sentimiento que se tiene habitualmente de los valores. Una filosofía que se permita tal intrepidez se coloca, por este sólo hecho, más allá del bien y del mal".
Para los mediocres es muy difícil asimilar este concepto nietzscheano, pues es fácil que la idea fría e impasible y defendida con capricho encendido y razones rebuscadas por un largo tiempo, perduren, pues los imperativos categóricos no son precisamente más que prejuicios que ellos denominan "verdades", y que usan como herramienta sutil de los arteros moralistas, al estilo de Sara la mujer de Lot, por volverse a ver el llano sin seguir la cuesta llena de vigor y energía que le lleva a la cúspide de la montaña.
Por lo antes expuesto, se puede inferir, que el mediocre siempre vive enarbolando los principios de su inacabada moral, y que el fin único de la existencia es el diseño propio de su petulancia moralista creyéndose dueño (a) categórico y legítimo de los demás instintos, los cuales considera acabados.
Es por ello que el mediocre tiene tantas caras, pues como vive enarbolando una moral a toda luces falsa, parado siempre en sus principios, impide el crecimiento y desarrollo colectivos contrarestando la osadía de quienes se atreven a falsear, y como consecuencia, lograr grandes cosas refutando u obviando las "grandes verdades".
De manera que reconocer a un mediocre, es muy fácil, siempre que usted no haya adquirido el hábito de la vaca con mirada fija hacia el horizonte o en espera del matador que la convertirá en un sabroso plato acompañante de comida o el ordeñador que le dará una esperanza de vida más larga hasta que los dedos se cansen de exprimir sin encontrar una gota de leche.
Independientemente de donde esté su ubicación en este respecto, lo aconsejable para lograr una humanidad sana es evitar la crítica basada en la "verdad" que se nos ha impuesto, escoltada por la perniciosa mediocridad, y atreverse a "crear" en vez de denostar a quienes osan hacer de la vida algo más llevadero, y mantienen el entusiasmo del "superhombre o la supermujer" de Nietzsche, quien tuvo que esperar más de 110 años para que la gente comenzara a comprenderle, debido a los prejuicios y escudos creados por los mediocres, en defensa de la "verdad" y como consecuencia, a la falsa pretendida moral que obstaculiza el desarrollo de la especie, si bien algunos de sus criterios son cuestionables (y en esencia deberían cuestionarse pero sin la perniciosa y dañina costumbre de la mediocridad) y de ahí la importancia de la crítica de la crítica sin pretextos baladíes, ya que la mejor manera de enfrentar las críticas es no aceptando las opiniones de los mediocres como buenas y válidas basadas en los falsos conceptos de los prncipios lineales que no admiten flexibilidad.
Continuaremos con la parte tres del tema, en una próxima entrega.
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