Readaptado para MACKALEXDIGITAL POR MANUEL ALEXIS
miércoles, 22 de agosto de 2012
Un poco de profundidad no le hace daño a nadie
Edgar Borges
Desde España. Especial para ARGENPRESS SUPLEMENTO CULTURAL
Hace
algún tiempo una amiga me dijo que “un poco de frivolidad no le hace
daño a nadie”. Al principio me opuse a ese criterio, no obstante, al
rato, luego de su “sabia” insistencia, llegué a pensar que, si me guiaba
por aquello de que los extremos se cruzan, en aras del equilibrio quizá
ella tendría algo de verdad. Pero eso fue mucho antes de que la
banalización devorara todos los espacios públicos que nos fabrican sobre
la faz de la tierra. Sospecho que la amplitud de quienes siempre
defendimos “la complejidad” de la vida nos terminó llevando al rincón de
las estadísticas. Hoy, en el siglo XXI, lo banal se ha instaurado como
“lo normal” (y lo positivo) hasta el extremo de que “lo profundo” (de
ahí que lleve comillas) se esconde como si fuera el hijo diabólico de
“la nueva” historia basada en el simplismo (que no es sinónimo de lo
sencillo). Los intelectuales hoy piden disculpas, la corriente empuja a
unos y a otros al reino de la estupidez que gobierna desde la costumbre.
A mí que alguien me explique cómo es esto que ahora tengamos que
simplificar los contenidos para que “las receptores nos entiendan”.
¿Acaso por orden de quién debemos aceptar que el ser humano de ahora
reflexiona menos que el de antes? Si esto es efectivamente así,
significa que vamos “avanzando” en retroceso machacando toda la luz del
pensamiento que alguna vez representó algo en la historia (nuestra
historia).
En
el huracán de las diatribas y de las estrategias, el ruido nos ganó la
batalla del siglo XX (de ahí la crisis de los contenidos que cabalga
sobre el XXI). Yo digo, tu dices, él dice, ella dice, todos nada
decimos. La jefatura del sistema no habla, actúa. El sistema capitalista
levantó la máquina del ruido y a partir de ahí nos aniquiló cualquier
posibilidad de respuesta, pues, aunque muchos no lo crean, hasta las
respuestas se piensan (o se sienten). El ruido, que sólo genera reacción
mas nunca conflicto, nos impide el debate (que nace de la
introspección). La segunda semana de agosto el escritor Marcelo Colussi
publicó un excelente ensayo titulado “Del peronismo al chavismo”. En el
inicio del texto el autor advertía que “Dar a conocer estas reflexiones
puede traerme más problemas que otra cosa. Más aún en un contexto
pre-electoral como el que ahora vive Venezuela. De todos modos las
considero imprescindibles”. Pocas horas después de la publicación del
texto, justamente en Venezuela, el debate lo protagonizaban el
vicepresidente de la república, Elías Jaua, y el candidato presidencial
Henrique Capriles Radonski en torno a la palabra “bandido”. Al parecer,
días antes, el segundo llamó “bandido” al primero; lo que llevó a éste a
solicitarle permiso al presidente Chávez para darle respuesta. La
respuesta fue la no respuesta, es decir: lo mismo: “bandido y
sinvergüenza eres tú (Capriles) por haber participado en el golpe de
abril de 2001”. En este carnaval del descrédito (que nadie olvide que
también protagonizaron adecos y copeyanos) sólo gana el no cambio. Y la
industria de la uniformidad mediática sabe muy bien cómo celebrar esta
clase de bochinches. La banalización de las respuestas sólo consigue
aplastar el fondo de las ideas. Ejemplos como ese asaltan a diario la
posibilidad de reflexión de los venezolanos. Un proceso que, como el
venezolano, comenzó con la vigorosa idea de debatir la construcción de
un modelo distinto al desarrollismo (recuerdo el entusiasmo popular que
se generó con acontecimientos tan importantes como la Asamblea
Constituyente), lleva un buen tiempo entrampado en las redes del ruido.
La cultura de “Sábado Sensacional” y del “Miss Venezuela” aún marca la
ruta. Pero el norte-que no el sur- también lo marca la industria de la
uniformidad mediática cuando desde la otra acera se genera la noticia de
la defensa. La defensa sirve como resistencia mas nunca como victoria.
¿Cuándo seremos capaces de generar los otros medios?; ¿los otros
conceptos?; ¿las otras formas?; ¿el otro lenguaje?; ¿la otra realidad
social capaz de sumar las muchas realidades inconformes? No olvidemos
que la suma de muchos gritos siempre tendrá como resultado un terrible
grito y muchos sordos. El verbo girando siempre alrededor del mismo
punto termina nublando el camino a la puerta. Y, ¿qué puerta? ¿La que
lleva a la verdadera revolución? ¿Será que detrás del ruido que han
sembrado en Venezuela se esconde la intención de frenar la legítima
pretensión popular de liderar la historia (su historia)? ¿Quiénes
manejan esta supuesta intención? Preguntas que, como los “supuestos
problemas” que el ensayo hubiese podido traerle a Marcelo Colussi,
quedan detrás de la puerta sellada donde hierven todos los intentos de
debate.
Quiero
creer que detrás de esa puerta que cierra el orden establecido, ahí,
justo en el corazón de los sectores populares de Venezuela (y América
Latina), se debaten las “reflexiones imprescindibles” del escrito de
Marcelo Colussi. El sistema global nos mantiene dormidos en los laureles
del no pensamiento, la no pregunta, la no respuesta. No es frecuente
escribir un artículo para opinar sobre otro artículo (Nosotros mismos
nos negamos el acceso a los laberintos del pensamiento). En mi caso, más
que opinar (que también) solicito una (y muchas) relectura (s) del
referido texto. El sistema global avanza hacia su proyecto de mutación
capitalista (todos limitados a la supervivencia que dicta un orden
invisible); en América Latina vivimos una etapa aún estelar. Es tiempo
de soltar las amarras que nos mantienen atados al modelo desarrollista
que tanto cuestionamos. La clave no puede ser caminar hacia donde (en
otro momento) los poderes conservadores avanzaron. En nosotros está
diseñar la otra ruta de éste otro tiempo. La construcción de una nueva
sociedad debería comenzar por el pensamiento como aliado del verbo y de
la acción. Una triada, que como mente, cuerpo y alma, se lance a la
(otra) odisea de debatir, en medio del ruido y del colapso generalizado,
la nueva relación del ser humano consigo mismo y con su entorno. Y que
en el (otro) camino alguna amiga me diga que “un poco de profundidad no
le hace daño a nadie”.