MACKALEXDIGITAL: ¡LA MEJOR MANERA DE CRECER!
INTRODUCCIÓN
Tomado del libro Vorágines de Amor por MACKALEX
El Amor, se ha convertido en el tiempo, en el símbolo abstracto —y extrañamente concreto— más importante de la humanidad, posiblemente, desde los mismos tiempos en que surgieron pruebas incontestables de que hubo intermediación morfológica entre los monos antropomorfos y el hombre, principalmente, después que se encontraron los restos de Java en el mil ochocientos noventa y uno (1891), demostrando la existencia del hombre prehistórico, y por consecuencia lógica, las huellas manifiestas de reproducción a través del vínculo del Amor.
En sus primeros tiempos, el Amor, posiblemente no necesitó del lenguaje, como lo conocemos hoy en día —y sobre todo, después que se han ido sucediendo las diferentes etapas de desarrollo social y económico, además de los avances científicos, técnicos y tecnológicos, principalmente en el área de la comunicación— y, sin embargo, tiene estampada, desde el principio mismo de nuestras existencias, su huella indeleble; desarrollándose generación tras generación como el eje motor insigne de nuestra existencia y evolución, a un ritmo superior en progresión geométrica, a los movimientos y cambios que se producen en toda la geografía telúrica y láctea.
Muchas veces se inclina como un sentimiento de ánimo para lograr objetivos específicos; otras, forma un ángulo de incidencia entre dos líneas opuestas que se cruzan en un punto, para bajar al plano de su negación a través del odio; y hasta puede convertirse, de vez en cuando, en una forma de justificación del castigo por parte de quien inflige la pena.
O puede representar también, un descarrilamiento en contra de los cánones establecidos, tal como fue visto por la filosofía sartriana, en la que se pone de manifiesto el Amor como una pura ilusión, un asunto de dominio y restricción de libertades, donde los seres humanos, se utilizan unos a otros, para elevarse por la falsa sensación de vida.
De modo curioso, sin embargo, Sartre, luego de su teoría existencial en su obra El Ser y la Nada, donde resalta la reafirmación de la libertad en el individuo como forjadora de su personalidad, queda entrampado de una manera rara y extraña, en una nueva forma de amar, al propugnar por el Amor Libre, lo cual le produciría posteriormente, en todo el curso de su vida, una exinanición extrema.
Y, en el mayor de los extremos, en algo que sobrepasa la máxima pureza, con lo cual, irónicamente, la extensión del homo sapiens y su desarrollo, se hubiera quedado, justo allá donde Platón concibió su filosofía de enervación y encantamiento, negando la realidad y constancia en la reproducción de la materia, en su contradicción básica de asimilación y desasimilación, mientras se desarrolla la vida, hasta que devenga la muerte.
Lo cierto es, que el Amor es el fin último y primero de todas las cosas que mueven el mundo; ya que por él, se hacen incluso las guerras, muchas veces para justificar bajo el pretexto de la supervivencia —luego de la célebre teoría sobre la evolución de las especies que desarrolló Darwin por medio de la selección natural—, la hegemonía de unas razas sobre otras, como si la universalidad del mismo, fuera una exclusividad cultural, de color, o inteligencia.
Pero también por él, se desarrollan y justifican al amparo de su supuesta permisibilidad: la vanidad; los triunfos personales: de pareja o equipos; y hasta las malacrianzas machistas de maltratos y vejámenes a la mujer; así como la actitud de intriga y contención a la cual se ve obligada esta última como mecanismo de defensa y, naturalmente, el eje central en su conjunto: el hombre, culminación máxima del fruto concebido, máximo productor de todas sus fortalezas y debilidades.
Y es a través de su manifestación erotómana, matriz principal de la cadena numérica, que se ha de reproducir cualquiera otra de sus manifestaciones:
EROTOMANÍA: El Amor maternal; paternal; fraternal; egoísta; patriótico; ambiental; violento; de subrepción; racial; romántico...
Y hasta su negación misma, debe la contrapartida a su egregia matriz:
ODIO: matricidio; patricidio; fraticidio; egotismo; antinacionalismo; depredación; guerra; subrogación; discriminación...
... Y para culminar con todas estas deformaciones que ponen el broche de oro a la negación del Amor, surgen también: la misoginia y la androfobia, aspectos contradictorios de un mismo plano...
... el misoneísta que se queda petrificado como una estatua de sal viendo pasar los veleidosos vaivenes del Amor, amparándose bajo los viejos clichés... y hasta el contradictor empedernido que dijo odiar el Amor, por la necesidad que tenía de él...
... Y algunas que otras malas deformaciones, como la fatamorgana de la androcracia.
Y si seguimos profundizando, posiblemente, encontraremos más riqueza de lenguaje y sinónimos en el non-amor, en cualquier idioma, que en el amor; mismo, que posiblemente explique el hecho de que en los últimos tres mil quinientos años de civilización continuada, el mundo sólo registre un diez por ciento de paz —setenta lustros contra seiscientos treinta.
No obstante, la grandeza de estas cuatro letras ha sido tan imponente, que viniendo en sentido inverso, destruyó uno de los imperios que más han hecho la guerra y han odiado; el cual, contradictoriamente, también amó mucho: el Imperio Roma–no.
Por esto, no puede asegurarse que mientras hubo guerra sólo hubo odio, o lo contrario; pues mientras hubo guerra, seguía la semilla reproductora del Amor con todas sus consecuencias y variaciones consabidas, regando el enriscado camino de la simiente humana.
Y mientras hubo paz, seguía la incansable estrada de la reproducción; lo único, que seguía latente la matriz contradictoria del amor primero: el Odio.
¡Qué grande es el amor!, pues con un abanico de juego de palabras tan limitado en su universo, se ha impuesto entre dos términos tan opuestos como son la paz y la guerra; y lo mejor de todo, es que tendrá que seguir así; pues es el garante irredento de la prolongación de la especie humana.
Pese a los pocos lustros de supremacía visible, su intensidad es tan grande, que a través de generaciones enteras, el mundo recuerda y anhela más los escasos trescientos cincuenta años de paz que la impresionante cifra de los de guerra.
Y es que el hombre, se mantiene en una constante lucha entre lo positivo y lo negativo, y al final, si es que no se imponen los esquemas del Amor fingido, lo primero se impondrá sobre lo segundo; pues en la medida que las sociedades avanzan, sin importar el temor siempre presente de las guerras, se van produciendo nuevas formas en la manera en que se han de concebir las relaciones de producción, produciéndose también, matices diferentes en las manifestaciones del Amor.
Y de la misma manera que no podemos hablar de relaciones puras en las diferentes formas de relaciones de producción que se han ido desarrollando en las diferentes sociedades, tampoco se puede hablar de una pureza extrema en el díptico contradictorio, Amor-Odio, ya que se mantienen de igual manera interconectados por vestigios del pasado.
Si bien es cierto que a nadie se le ocurriría hoy en día usar el caballo como medio de transporte en una guerra —salvo circunstancias extremas inesperadas de selvas ignotas, de las cuales quedan muy pocas—, o a un caballero moderno, perder un brazo en duelo como prueba de amor a la mujer amada, o el desenlace final trágico, a lo Romeo y Julieta, no lo es menos, que sigue produciéndose, con cambio de forma, la necesidad de transportarse en la guerra, aunque ahora sea con las águilas rascacielos y los majestuosos portaviones; y el romanticismo, en nuestros tiempos, es simplemente, más humano y racional; pero sigue siendo romanticismo.
Tal como expresó una vez el Che Guevara: “Ser revolucionaro, es amar mucho al ser humano” —frase esta que le sobredimensiona mucho más allá de los tibios y tránsfugas revolucionarios y liberales de hoy en día—; lo cual significa, que además de considerar el respeto a la dignidad de la persona, debemos entender las épocas, para imbuirnos y preñarnos de ellas, comprendiendo, que después de todo, nosotros somos los únicos realmente capaces, por nuestra condición y estructuración especiales, de dar y transformar algo tan abstracto como es el Amor; el cual, curiosamente, nos da y nos facilita también, todas nuestras condiciones materiales de existencia.
Así que, revolucionemos el Amor; pero entendiendo sus manifestaciones pasadas, de modo que podamos disfrutar amando en sus manifestaciones presentes, para que en sus manifestaciones futuras, producto de un salto dialéctico, sea el único y principal motor, de modo contundente, de todas nuestras acciones; tal como Mandy, quien después de un ligero amor de fin de semana, dando las espaldas al pasado, brinda por el porvenir.
Con ese propósito, se escribieron estos relatos de Vorágines de Amor, los cuales, al igual que la tecnología espacial, son: “cuentos para nuestros tiempos.”
Agosto, 1996
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